El agua es esencial para la vida, para un desarrollo socioeconómico óptimo y para el medio ambiente. Sin embargo, poder satisfacer la demanda hídrica existente y garantizar su calidad se ha convertido en un problema mundial, debido a que se trata de un recurso limitado y su consumo mundial se duplica cada 20 años.
Históricamente el agua ha sido el catalizador más importante para el desarrollo humano, prueba de ello es que diversas civilizaciones de la antigüedad se desarrollaron en los valles de los grandes ríos, como el Tigris y Éufrates, el Nilo, el Indo y el Hwang Ho.
En la actualidad los recursos hídricos se encuentran bajo una fuerte presión debido a causas como el crecimiento demográfico mundial, el cambio climático y la competencia por estos recursos entre los diversos sectores: la agricultura, el abastecimiento de la población, la producción de energía, la industria, el turismo y el medioambiente. Esta competencia está provocando una mayor competitividad entre países y regiones por los recursos hídricos disponibles, afectando incluso al desarrollo de muchos de ellos.
A nivel mundial el sector agrícola es el mayor consumidor de agua dulce, ya que emplea un 70% del total. En este sentido es importante reseñar que la agricultura de regadío desempeña un papel esencial en la producción mundial de alimentos, dado que produce el 40% de los mismos con menos de un 20% de las tierras cultivadas, siendo un reto importante para las próximas décadas garantizar la seguridad alimentaria para una población creciente.
La superficie regable en el mundo ha pasado de 170 millones de hectáreas en 1970 a 304 millones de hectáreas en 2008, y con posibilidades de seguir creciendo, sobre todo en el África Subsahariana y América del Sur. A nivel regional, se pueden observar grandes diferencias, mientras que en el Norte de África la superficie regada representa aproximadamente el 30% del total de las tierras cultivables, en Europa esta proporción no es mayor de un 7%. Respecto a España, en 2011 la superficie de regadío fue de 3.473.474 ha, un 20% de la tierra cultivada, con un consumo del 75% del agua dulce.
Para mejorar la gestión y la eficiencia del uso del agua en el regadío, la administración española ha promovido la modernización de muchas zonas regables. Estos procesos se han caracterizado principalmente por el cambio de los sistemas tradicionales de riego por gravedad por sistemas presurizados, y con la incorporación de las tecnologías de la información y la comunicación. Aunque la modernización ha reducido considerablemente la cantidad de agua consumida, ha supuesto un aumento notable del consumo energético debido a la sustitución de los sistemas tradicionales de riego por gravedad. Por otra parte, diversos autores defienden el regadío tradicional por considerar que: (a) promueve la conservación y uso sostenible del suelo, (b) mantiene una alta diversidad biológica, y (c) garantiza la agrobiodiversidad.
Además, algunos sectores de la opinión pública están cuestionando el papel actual de la agricultura de regadío por ser el mayor consumidor de agua, exigiendo que se aumente el caudal ecológico en los ríos y que se preserve para otros sectores, para reducir de esta manera la presión sobre los sistemas acuáticos. Sin embargo, es necesario tener en cuenta que la agricultura de regadío juega un papel trascendental para la provisión de alimentos, y es también muy importante desde el punto de vista del paisaje, la biodiversidad y el desarrollo rural.
En este contexto, el regadío se enfrenta a los siguientes retos: (a) aumentar la producción de alimentos; (b) reducir el consumo de agua, gestionando de una manera conjunta y más eficiente los recursos hídricos y energéticos para asegurar la conservación del medio ambiente; y (c) garantizar la cantidad y calidad del agua para las generaciones venideras.
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