La agricultura debe abordar importantes cambios en las próximas décadas con el fin de satisfacer la creciente demanda global de alimentos. La extensión e intensificación del regadío parece fundamental para incrementar los rendimientos y conseguir cosechas más frecuentes. Sin embargo conseguir este objetivo va a ser un gran reto por varias razones.
En primer lugar el crecimiento de la población está provocando una presión creciente sobre los recursos hídricos y energéticos. Como resultado, la demanda de agua ya supera los recursos hídricos disponibles en muchas regiones. En estos casos la agricultura de regadío es habitualmente el sector más perjudicado, dado que suele ser el primer sector al que se le aplican restricciones en el suministro de agua durante los periodos de escasez. Además la extensión e intensificación de la agricultura de regadío conlleva un mayor consumo energético (directo e indirecto) y mayores emisiones de gases de efecto invernadero (GEI):
- El consumo directo de energía se debe a la mano de obra y al consumo de energía eléctrica (sobre todo por el binomio agua-energía) y combustible (principalmente por la maquinaría agrícola) durante la producción de los cultivos. Mientras que el consumo indirecto de energía hace referencia a la energía consumida para producir los insumos, como fertilizantes, pesticidas, semillas, sistemas de riego y maquinaria agrícola.
- Las fuentes de emisión de GEI en la producción agrícola se pueden dividir en tres grupos principales: (a) las emisiones de GEI debidas al uso de combustibles fósiles y electricidad; (b) las emisiones de GEI debidas a la producción, el transporte, el almacenamiento y el empleo de fertilizantes y fitosanitarios; y (c) las emisiones de GEI en forma de NO2 del suelo, producidas por la aplicación de fertilizantes nitrogenados.
En segundo lugar, las predicciones sobre el cambio climático auguran una importante reducción de los recursos hídricos disponibles en las regiones áridas y semiáridas. Un claro ejemplo es la cuenca mediterránea, que será la region europea más afectada por el cambio climático. En este sentido, estudios recientes indican que el aumento de la variabilidad climática de la región mediterránea en la última década, y especialmente la sequía, ya está provocado reducciones importantes en el rendimiento de los cultivos agrícolas. En España el agua es un elemento clave al encarar el cambio climático y poder adaptarse al mismo. Teniendo en cuenta que en el sur y este español se presentan los mayores problemas de escasez de agua, con periodos de sequía recurrentes, se espera un aumento de la tensión sobre el uso del agua en esta zona. En este sentido, un estudio publicado por el Centro de Estudios y Experimentación de Obras Públicas (CEDEX) en 2011 predice una reducción generalizada de las precipitaciones y disponibilidad de agua en España (del 5%, 9% y 17% en los períodos 2011-2040, 2041-2070 y 2071-2100, respectivamente), con una mayor variabilidad en la costa mediterránea y en el sureste. Además, este estudio pronostica aumentos en la temperatura, la evaporación y la evapotranspiración, junto a una disminución de la recarga de acuíferos y de la escorrentía.
Por último hay una fuerte conexión entre el consumo de energía y las emisiones de GEI, que en último término son las responsables del calentamiento global. Por tanto, la necesaria extensión e intensificación de la agricultura de regadío puede llevar asociados incrementos en el consumo de energía y en las emisiones de gases de efecto invernadero, especialmente en aquellas zonas donde el acceso a recursos hídricos alternativos está asociada a importantes consumos energéticos. Por ejemplo en muchas regiones con el fin de aumentar los recursos hídricos disponibles, e incluso garantizar los suministros más estratégicos, se ha planteado la desalinización de agua marina como solución alternativa, pero la tecnología de desalinización presenta actualmente una energía específica muchísimo mayor que el resto de fuentes de agua.
Por tanto, y considerando que la FAO estima en un 30% y 20% el consumo global de energía y las emisiones de GEI del sector agrícola respectivamente, la racionalización del uso del agua y la energía en el regadío es fundamental para combatir el calentamiento global. La mejora de la eficiencia energética en la agricultura no sólo minimiza la emisión de gases de efecto invernadero y los impactos medioambientales, sino que también aumenta la competitividad por la reducción de costes asociada. Además una gestión eficiente de los cultivos también puede conducir a que los mismos actúen como sumidero de CO2, una vez descontadas las emisiones necesarias para su producción.
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